Cuando acabé Guerra y paz,
el otoño tocaba a su fin.
En el jardín,
sólo el liriodendro seguía vestido,
y su túnica dorada,
en soledad,
resplandecía.
El frío intenso dibujaba
en tus ojos
paisajes de hielo.
Y yo buscaba caminos inciertos
donde la nieve
no tapase tus huellas.
Atrás quedó Borodinó.
Y Waterloo.
Qué lejos ya los bailes,
teatros y galanteos.
La caza del lobo.
El fuego arrasando Moscú.
Los ojos de Natasha.
Y tanta muerte inútil,
¿verdad, dulce Petia?
El día que acabé Guerra y paz
nos cayó encima el invierno.
Y con él, la nieve y la noche.
Y tanto, tanto silencio.
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