martes, 6 de agosto de 2019

Recuerdos de un día de invierno



El mar, azul oscuro, un azul de finales de verano,

un azul de nordeste.

Da igual que estemos en febrero, el nordeste es

indiferente a la estación.

Siempre dibuja el mar con el mismo estilo: un poco

cubista, un poco fauvista..., qué se yo.

Están podadas las hortensias. Los mirlos escarban

entre las pocas hojas que olvidó el otoño.

A veces piensas qué harán aquí, cuando no estás,

el mirlo, ese gato triste, las flores color violeta que

viven, humildes, apoyadas en el muro, protegidas del

nordeste.

Qué harán las hortensias, el acebo, el limonero y el

naranjo. Y la araucaria que, recién llegada,

aún no se habla con nadie.

Y piensas que venir aquí, en invierno,

de cuando en vez, al menos ha de servir para que,

en las noches tristes, cuando el romper de las olas

lo llena todo, el gato, las hortensias, las flores

y los árboles, reflejándose en los ojos que los miran,

se llenen de realidad, y dejen de sentirse,

por unas horas, tan sólo parte de un sueño.