jueves, 28 de abril de 2016

Poema del miedo de aquellas noches


El temor insondable, el miedo alucinante,

que se esconde en los ojos,

en los oídos de un niño.

Adivino entre las sombras fantasmas burlones,

mientras el frío se cierne

sobre los brazos desnudos.

Y los pasos,

siempre los pasos,

cuando ya todos duermen,

que vienen, se acercan,

escaleras arriba,

despacio, firmes, seguros...

Y el sudor,

y las lágrimas,

y la noche, que es tan larga,

que no acaba nunca...




                              Dibujo de Xohán Ledo para el cuento "O Lordanas",
                              en la primera edición de "A lus do candil", de Anxel Fole.


lunes, 25 de abril de 2016

Haiku para Robert Walser




Un paseante,

caminando hacia el origen

sobre la nieve.




                            

                                                                                       Robert Walser,  Pelayo Ortega

jueves, 21 de abril de 2016

Cuentos de invierno


Hoy me he acordado de aquellas noches. Dejad que os cuente.

Veréis...Lo primero, situaos: un pueblo pequeño. Más pequeño. Pequeñísimo. 

Provincia de León. Hacia la montaña. Mil metros de altitud. Una noche de invierno, un mes 

cualquiera; pero de invierno, eso sí, porque la temperatura bajaba de los cinco grados

bajo cero, y porque los lobos, buscando presas fáciles, se hacían sentir a escasos

metros de la casa.

Pues esas noches eran mágicas.

Las cenas eran sencillas, el calor de la cocina nos envolvía...Recuerdo el sonido de la

pala al cargar el carbón...

Nos juntábamos muchos a la mesa: tíos, primos, amigos...

Cenábamos rápido, muy rápido, porque lo que esperábamos con ansiedad era el

momento de recoger la cocina. Entonces daba comienzo el milagro de las historias: cuentos

y memorias, mitad vividas, mitad soñadas, sobre nohes de inviernos interminables, 

jornadas de caza  dignas de una novela rusa, sobre frío, mucho frío. Y sobre lobos.

Muchos lobos.

¿Os imagináis lo hermoso, lo absolutamente extraordinario que era para unos niños, al fin y

al cabo de ciudad, escuchar una historia sobre lobos y acto seguido salir a la carrera al

patio para, arropados aún por el misterio, por aquel hermoso miedo infantil, dejarnos

envolver por los sobrecogedores aullidos que llenaban la noche?

Mientras, la chimenea consumía los tuérganos de brezo, y el reloj centenario  daba las

horas, avisándonos de lo poco que quedaba para que todo aquello fuera sólo un recuerdo,

una nostalgia feliz en forma de noche gélida, llena de estrellas, atravesada de lado a lado

por las luces de un tren que pasaba veloz, como la infancia, para no volver.






miércoles, 20 de abril de 2016

Te espero leyendo...


Te espero leyendo

unos poemas de Jane Kenyon.

El agua de la ducha

suena como un torrente

deslizándose sobre tu cuerpo.

Afuera llueve,

en esta primavera aún dormida.

En el jardín,

la camelia se apaga,

diciendo adiós al invierno.

Y así va naciendo el día,

con esa falsa apariencia

de seguridad, de permanencia,

con esa aparentemente eterna

calma de lo cotidiano.

No pretender más emoción

que la sorpresa de un carbonero

entre las ramas del cedro,

el descubrimiento

de una nueva flor

en el manzano,

el temblor

de una gota de agua

deslizándose,

fugitiva,

sobre tu cuello.


miércoles, 13 de abril de 2016

En la muerte de Lars Gustafsson

Ha muerto Lars Gustafsson. Como homenaje, un poema, del que su traductor, Hilario Barrero, dice que enamora.

Y es cierto. A mí me ha pasado.




                                  La calma en el mundo anterior a  Bach


Tuvo que existir un mundo anterior

a la Sonata a trío en re menor, un mundo anterior a la Partita en la menor,

pero qué clase de mundo?

Una Europa de vastos espacios vacíos, sin sonido,

por todas partes instrumentos dormidos

a través de cuyas teclas la Ofrenda Musical, El clave bien temperado

jamás pasaron.

Iglesias aisladas

donde el verso de la soprano en la Pasión

nunca se entrelazó  en desamparado amor

con los suaves movimientos de la flauta,

paisajes anchos y suaves

donde nada rompe la calma

sino las hachas de los viejos leñadores,

los sanos ladridos de fuertes perros en invierno

y, como una campana, los patines que muerden el hielo fresco;

las golondrinas que chillan en el aire estival,

la caracola que resuena en los oídos de un niño

y en ninguna parte Bach, en ninguna parte Bach,

el mundo en una calma de patinador  antes de Bach. 
                               

                                                              (Trad. Hilario Barrero)





 

lunes, 11 de abril de 2016

Recuerdos del paraíso (II)


Tengo cuatro años.

Esta mañana, el pueblo aparece como un Castroforte de Baralla cualquiera, flotando

entre la nada.

Una nada blanca, absoluta, terrorífica y hermosa a la vez.

Sólo los balcones destacan entre el blanco de las casas y la nada.

Una nada fría, húmeda, poderosa.

El rojo de mi impermeable rompe el blanco de la nieve, como la sangre de un

pájaro abatido.

Es mi primera nevada.

Mi primer gran silencio.

jueves, 7 de abril de 2016

Recuerdos del paraíso (I)


Una mañana de sol, de verano.

La luz se filtra entre las hojas del castaño, el aire saturado por el aroma de los higos que,

lentamente, se pudren en el suelo.  

Escarbo en la tierra, en el jardín. Conmigo está una niña, algo mayor que yo.

Me dice que si sigo cavando, pronto llegaré al infierno.

Aunque continúo, lo hago cada vez más despacio, hasta que dejo de hacerlo, asustado, pues

empiezo a adivinar a Satanás, allá en el fondo.

Ha pasado mucho tiempo ya, he excavado muchos túneles, y él sigue acechando.

La lucha continúa. 

lunes, 4 de abril de 2016

Hay que partir



Leo Los Papeles de Aspern mientras el sol despunta tras La Salute, en la terraza del Bauer.

Las aguas del Gran Canal golpean quedamente en los escalones de piedra del 

embarcadero.

A pocos metros, aguas arriba, reposa el palazzo donde Sebastian Flyte y Charles Ryder 

pasaron unos días, aquel verano, en Venecia.

En frente, aún se escuchan los pasos de Ezra Pound, paseando su silencio por Dorsoduro.

Las campanas vecinas de San Marco anuncian la Resurrección. Su música se une al 

incesante clamor de las gaviotas.

Hay que partir

La estela de una góndola dibuja el destino del viajero, que se va desviando lentamente,

hasta ir a morir sobre los escalones de piedra, entre las algas, en un silencio ahogado. 



                                         Intenté escribir el Paraíso
 

                                         No te muevas
         

                                                   Deja que hable el viento
                  

                                                                       Ese es el Paraíso.
 

                                         Que los dioses perdonen 

                                                                       lo que he hecho

                                         Que aquellos a quienes amo intenten perdonar
          

                                                                       lo que he hecho.

                                                                                 Ezra Pound, Canto CXX