jueves, 12 de mayo de 2016

Memoria de la lluvia, de aquellas tardes


Llueve.

En la calle, el agua corre por el arcén, llevándose con ella los restos del domingo.

En el cristal de la ventana, tras los visillos, las gotas van cayendo como cae la luz

a esa hora, aún temprana.

Los últimos vecinos se van retirando, dejando caer el telón en esta tarde de invierno,

que se apaga como una pasión, dulce y lánguidamente.

A mi lado, sobre la mesa camilla, iluminada por la lámpara roja, la litografía tan triste:

el niño, el perro, la soledad...

La farmacia parece dormida. Como el pueblo. Como la tarde.

Y yo, la cabeza pegada al cristal, sigo disfrutando de la belleza de la lluvia, de las luces

de la calle que comienzan a encenderse, mientras se apaga la tarde, y todo parece

un poema de Bernabé Herrero, de Fortún, de González-Blanco...

Aunque yo esto, entonces, no lo sabía.




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