martes, 17 de noviembre de 2015

Otra tarde de domingo



Enciendes la chimenea.
Tu gato te acompaña en el sofá. En tus manos, la "Obra suspendida", de Waugh.
Los niños están terminando sus deberes, mientras la recta final de esta tarde de domingo toca a su fin.
Cada vez duran menos. Los domingos.

Hoy, el mar reinaba absolutamente sobre la tarde húmeda y gris. Sólo las gaviotas parecían mantenerse al margen, sobrevolando su majestuosa belleza.
Qué hermoso se nos mostraba el horizonte, tentador, misterioso, mientras apurábamos el café, la mirada perdida, dormida en sueños.

En el autorretrato en la ventana, Pelayo Ortega observa el pasar bajo la lluvia del paseante solitario, paragüas en ristre, capeando el temporal. Así nosotros, paseantes solitarios en la tarde de domingo que es la vida, la mirada baja, el paso firme.

Los ronquidos del gato me sacan de mis ensoñaciones y vuelvo la vista hacia el fuego amigo.
Las llamas ascienden, chimenea arriba, llevándose, mezclados con el humo, los recuerdos humildes, los pensamientos intrascendentes de un domingo cualquiera.




4 comentarios:

  1. A veces cuesta encontrar el sentido. Los domingos nos invade cierta nostalgia, pero cuando era adolescente creo que era igual, o parecido. Publicas a deshoras, y eso me gusta.

    Un abrazo

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  2. Cuando yo era adolescente los odiaba, como todos. Ahora que tengo hijos, a pesar de la nostalgia, me encantan. Supongo que por eso se me acaban tan pronto. Volveré a detestarlos, creo, cuando los niños dejen de serlo, y se vayan.
    Y sí, siempre a deshoras. Ya me lo decía mi padre.

    Muchas gracias, José Luis.

    Un fuerte abrazo.

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  3. A mi me sucede algo parecido. Antes, en mi infancia y mi adolescencia, las tardes de domingo me resultaban muy tristes. Sin embargo, hoy en día se han convertido en verdaderas tardes de tranquilo reposo festivo.

    Un abrazo

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  4. Quiero creer que nos vamos haciendo más sabios. Y que el tiempo apremia, también.

    Muchas gracias, Kris, y un abrazo.

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