Mañana de fiesta.
Sábado.
Un no sé qué de luz
de domingo.
Tras la cortina,
haciendo del balcón
la promesa de un
asombro,
se adivina un murmullo
inquieto y feliz.
El reloj da las once.
Cada campanada
esconde
un verso de Jammes.
Y yo me abandono
a su arrullo.
Y vuelo tras ellas.
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