invierno,que no da su brazo a torcer. Aunque se sabe perdido, pues las sencillas flores del
cerezo, con su humilde expresión de amor, con su belleza silente, hacen que rayos y truenos
no parezcan otra cosa que los patéticos aspavientos de un loco, de esos que nos hacen
mirar hacia otro lado, indulgentes, pero cansados ya de tanto desatino.
Entretanto, los mirlos comienzan su canción.
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