miércoles, 16 de marzo de 2016

Qué pena...


Qué pena doy cuando estoy sólo.

Voy de un lado a otro,

como un mendigo,

buscando disfraces 

con que paliar tu ausencia.

Cojo un libro. Luego otro. 

Ninguno me sirve.

Nada de poesía social, qué va.

Ni Pessoa ni Rilke.

Bastante tengo ya 

con mis propias soledades.

¿Machado?

No. Me niego a asumir la pena.

Tampoco Karmelo. Ni Roger Wolfe.

Podría cogerle gusto al fracaso.

Volveré a ellos más tarde, 

cuando la tenga a mi lado.

Quizás, como otas veces,

García-Máiquez me ayude

a pasar este trago:

la alegría de vivir, la familia,

la rutina, la Fé, la Gracia.

Parece que oigo la puerta.

Sin duda es ella. Ya en casa.

Dejo a Enrique sobre la mesa.

Le doy de nuevo las gracias.

Me pongo a leer a Karmelo,

y saludo como si nada.

Llueve en San Sebastián.

Sólo en un café. De madrugada...

Qué fácil la soledad soñada

cuando, tras tanta agonía,

vuelvo a tenerla en mis brazos.



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