Pasan ya de las once.
Todo apagado en casa.
Los niños duermen,
y ella, a mi lado,
parece soñar.
Afuera, el frío es intenso,
como el negro de hielo
en que la noche
se envuelve.
Antes del sueño,
como todos los días,
tantas cosas por decir,
tantos besos olvidados,
tantas sonrisas rotas.
Qué hermosa infancia aquella
en que eran otros los padres,
otros los que sufrían
la huída del tiempo.
Mientras, nosotros dormíamos,
acunados por el dulce amor,
y todo era cálido,
sencillo,
eterno.
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