El cielo, de un azul purísimo,
pesaba en Zamora esa tarde,
como pesan las piedras
que la dibujan.
Me acuerdo de tí,
altiva y serena,
paseando sus calles
bajo el sol de septiembre que,
derrotado y celoso,
fingía indiferencia.
El Duero discurría lento y callado,
como queriendo acompañar
el caminar de aquel anciano,
a quien sólo guiaba
la ausencia de destino.
Entramos en la librería
buscando a Claudio Rodríguez.
Pero no lo encontramos.
Al salir, nos envolvió de nuevo
el aroma a verano viejo,
a camino hecho,
a tiempo ido.
Y me llevó el pensamiento
muy lejos,
a un futuro feliz,
improbable,
a tu lado.
Los futuros improbables serán siempre brillantes.
ResponderEliminarUn saludo.
Y que ese brillo nos guíe...
ResponderEliminarGracias, Kris, un saludo.