jueves, 18 de junio de 2015

Miguel Mingotes


Me acaba de llamar Miguel, alegrándome un día que se había presentado con esa tristeza habitual que últimamente me persigue.

Qué gusto oir su vozarrón amable y tierno, sus comentarios siempre atinados y humildes, siempre poéticos e inspiradores.

A mí me pasa que, cuando leo a Miguel Mingotes o hablo con él, el mundo se hace más pequeño y amable, todo es más sencillo y hermoso. Y la felicidad, la de andar por casa, esa tan simple que a veces despreciamos, que cuando la vemos ni nos damos cuenta de que es ella, se pone a crecer y se hace milagro cotidiano.

Gijón, el Gijón que me gusta, el que busco en sus calles, en su gente, en su mar, el que pinta Pelayo Ortega, el que contó Carantoña, si aún existe es porque va de la mano de Miguel, de la que, espero, no se suelte nunca.



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