Para Miguel Mingotes, que se acuerda de esta bitácora.
Silencio de nieve, de asombro,
como el que se hace en el jardín
cuando el mirlo se vuelve canto.
Silencio de invierno, de tarde
olvidada, que no es soledad,
tampoco amargura o tristeza.
Si acaso el reflejo, en el agua
negra y quieta de la memoria,
de aquellas voces que callaron.
Todo tranquilo ahora, mientras
escribo. Las luces del árbol,
el Misterio, el tímido fuego
que arde en la vieja chimenea.
Un libro de poesía que habla
de ti, de mí, de cuanto fuimos.
La Navidad está callada,
es algo que noto últimamente.
Quizá nos estemos quedando
sólos, ella y yo, abandonados
en esta orilla de la vida,
donde cada vez somos menos.
El ladrido, lejos, de un perro.
Poco a poco se va la tarde,
perdiéndose en la densa niebla,
que se desgarra al engancharse
entre las ramas de los árboles.
Cierro la ventana y apago
la luz.
Por delante, el misterio.