Gaviotas que se van,
dejando atrás sus gritos.
Gritos que se desvanecen,
como copos de nieve,
sobre el tejado.
Allí los voy recogiendo.
Junto al murmullo del mar
los envuelvo,
con la seda que va hilando
el viento.
Así, cuando los necesite,
sólo un desgarro bastará,
con el cuchillo que me procure
el tiempo,
para derramar sobre el presente
la lluvia de la memoria.