Enciendo la chimenea, una tarde de otoño herida por el frío.
En el jardín, los ocres anaranjados del liriodendro enmarcan el final de la estación, envuelto
todo en el canto monótono del carbonero.
El reloj de pared, con su tic-tac somnoliento, acompaña el crepitar del fuego, y tiene la
escena un no sé qué de alegoría, el tiempo que pasa, la leña que se consume...
La sorpresa de tres rosas blancas, que adornan con su nieve el ocaso de la luz que,
poco a poco, se desvanece.
Mientras escucho las Invenciones de Bach, abro un libro de Bobin y me encuentro con esto:
"Un gorrión habla: soy una miga de pan en la barba de Cristo, una brizna de su palabra
con la cual nutrir a la gente hasta el fin del mundo."
Y así, pienso, el otoño y el liriodendro, el carbonero, el fuego, las rosas, Bach, y hasta
el inexorable paso del tiempo, son también migas de pan en la barba de Cristo, que me
hablan y alimentan esta tarde, y cuyos restos, almacenados con amor en la memoria del
alma, alimentarán futuras tardes, quizás menos propicias.