Un té, dorado como la tarde,
me acompaña a los pies del Pienzo.
El mar, a mi espalda, me llama,
con su cantar de olas y ensueños.
Cae el sol sobre el naranjo,
A su sombra se oculta el tejo.
Ya sin luz, duerme sereno,
verde, gris, negro...quieto.
Estoy leyendo a Miguel D’Ors,
a sus manzanas robadas.
Caigo en la ensoñación,
retraso la vuelta a casa.
La luna se está asomando,
poniéndome en evidencia.
“Es hora”, dice paciente.
“seguro que alguien te espera...”
El Pienzo, limpio y sereno,
y el mar, miran a otro lado.
Recojo el libro y la mesa.
La tarde ya se ha apagado.
*