Varias sillas se abandonan
a la música serena de la melancolía,
en esta mañana fría
de soledad y espera.
La ciudad, aún dormida.
Sus calles mojadas con el poco de lluvia
que ha dado brillo a esta mañana
de verano norteño.
Apenas un perro y su joven dueño;
una mujer, un anciano, un barrendero.
Dos paseantes, risueños.
Poco más.
Dos niños, mientras tanto,
van a clase de francés.
Dibujando esperanzas y sueños
espera su padre en un café.
Mientras escribe, se acuerda de ella.
Qué larga esta clase de francés,
piensa.
Y qué larga la espera.
Pelayo Ortega
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