Roma. Poco más puedo añadir que no se encuentre en esas cuatro letras.
Así todo, dejo aquí, como flashes, unos recuerdos, algunas imágenes, para que quede constancia de que ahora, los cuatro, ya somos una pequeña parte de esta ciudad.
La cripta de los Capuchinos. Su visión, dura en un primer momento, nos presenta la muerte como algo pasajero, la desmitifica y la pone en su sitio. Un lugar de transición, de paso. Sólo huesos.
Santa Maria del Poppolo, sus Caravaggios: La crucifixión de San Pedro y La conversión de San Pablo.
Muy cerca, la casa de María Zambrano y sus treinta gatos.
Los cafés: Sant´Eustachio, el Greco, Canova Tadolini, La Tazza d´Oro...
Dice Pla, que se nota que uno está en Italia, cuando cada mañana, al levantarse y salir a la calle, se encuentra rodeado de personas con la mirada centelleante. Que las mañanas despuntan con una intensidad como no es posible encontrar en ningún otro lugar del mundo.
Nos salieron al paso un montón de fantasmas. A muchos fuimos nosotros a buscarlos ( Keats, Shelley, Gaya...), y otros nos fueron saliendo al camino ( Pla, Zambrano, Fellini...).
A nuestro paso se nos iban cayendo encima todos los Berninis, Borrominis, michelangelos y demás maravillas, que nos iban sepultando bajo el marmóreo peso de su ligereza.
Como el precioso Elefantino, de Bernini
Las fuentes de Roma.
San Pietro in Vincoli. Frente a ellos, Moises
La desmesura del Canova Tadolini y su café, donde sus estatuas parecen abalanzarse sobre las mesas.
En el Greco, donde nos encontramos con Pla y su letra pequeña.
Leyendo a Pla en Piazza Navona
También en Navona, una fuente de Bernini, donde se pone de manifiesto lo mal que se llevaba con Borromini, pues esculpió una de las figuras tapándose la cara y protegiéndose con la mano de la, para Bernini, posible caída de la iglesia de enfrente. Obra de Borromini, claro está.
Por cierto, mirad qué pie. De acuerdo que no es Miguel Angel, pero...
No faltó el Trastevere
Nos impresionó el Palazzo Doria Pamphilj. Y no sólo por el Inocencio X , que por sí sólo justificaría el viaje, aunque fuera en coche.
Aquí, en plena restauración.
Está mal que yo lo diga, pero me encanta esta foto. Cuanto más la miro, más me parece que los técnicos forman parte del lienzo ellos también.
Y ahora fijaos en este Caravaggio. La vocación de San Mateo.
Llama la atención el hecho de que el pintor
Como el precioso Elefantino, de Bernini
Las fuentes de Roma.
San Pietro in Vincoli. Frente a ellos, Moises
La desmesura del Canova Tadolini y su café, donde sus estatuas parecen abalanzarse sobre las mesas.
En el cementerio que llaman de los ingleses, buscamos a Keats y a Shelley. Y los encontramos. Y nos acompañaron en nuestro paseo por su hermoso jardín. Paz y silencio. También encontramos sus tumbas.
En el Greco, donde nos encontramos con Pla y su letra pequeña.
Santa María sopra Minerva, y el Cristo Redentor de Miguel Angel. Aquí reposa Fra Angelico.
Leyendo a Pla en Piazza Navona
También en Navona, una fuente de Bernini, donde se pone de manifiesto lo mal que se llevaba con Borromini, pues esculpió una de las figuras tapándose la cara y protegiéndose con la mano de la, para Bernini, posible caída de la iglesia de enfrente. Obra de Borromini, claro está.
Por cierto, mirad qué pie. De acuerdo que no es Miguel Angel, pero...
No faltó el Trastevere
Nos impresionó el Palazzo Doria Pamphilj. Y no sólo por el Inocencio X , que por sí sólo justificaría el viaje, aunque fuera en coche.
Está mal que yo lo diga, pero me encanta esta foto. Cuanto más la miro, más me parece que los técnicos forman parte del lienzo ellos también.
En Via Margutta, paseando con Gaya, Fellini, Picasso...
Y ahora fijaos en este Caravaggio. La vocación de San Mateo.
Llama la atención el hecho de que el pintor
viste a Mateo y al resto de personajes, salvo a Cristo, con ropajes de la época . Y cómo esa luz llena el local. Y esas manos. La de Cristo señalando a Mateo. La de Mateo, hacia su pecho.
En un café, en Campo di Fiori, casi diciendo adiós.
Y , por supuesto, Francisco.
LUZ DE INVIERNO
EN EL GIANICOLO
Estropeó todas las fotografías, aquella luz de invierno
sobre los árboles del Gianicolo: demasiado intensa
como para quedar bien fijada.
Lo mismo ocurre con los momentos
en exceso felices: la memoria no consigue después
interpretarlos adecuadamente,
otorgarles la luminosidad precisa.
Quedan en la fotografía cosas que no están en ella:
los racimos de muchachas americanas
camino del bar Gianicolo,
el cañonazo de las doce en homenaje a Garibaldi,
mis manos, dos partes de mi cuerpo que no me agradan
—sus dedos como ramas de un árbol demasiado cansado
de buscar en vano la ternura.
Queda esa luz que acaricia el lomo de los días
y que niega al recuerdo de aquella colina
esa intuición misteriosa:
allí es imposible
prever el olor que rodeará nuestras sepulturas.
Martín López-Vega