jueves, 4 de noviembre de 2010


Hoy me he encontrado,entre un montón de papeles olvidados, este viejo número de LIFE,donde hacían un canto por la conservación de todas esas cosas que,más tarde o más temprano,acabaríamos echando de menos si algún día nos faltaran.
Me resultó simpático comprobar que bastantes cosas de las que entonces ya se daban por muertas,hoy día gozan de buena salud e incluso se consideran de lo más "cool".Es el caso de los vinilos,o de los relojes de agujas,que casi los daban por muertos.
Hay otras cosas con un futuro más negro,como las tiendas de siempre,que están a punto de sucumbir en su dura batalla contra las grandes superficies,contra la deshumanización económica.


Algo que me llamó la atención fue la defensa que hacían de los caminos de tierra,viejos y sucios,paso de tractores y todo terrenos.
Me puse a pensar en todos los caminos de ese tipo que conozco y,en efecto,me resultó muy triste imaginármelos cubiertos por una negra y fría capa de asfalto.
Es hermoso dominar a la Naturaleza,pero es terrible vencerla.




Todo esto me ha traído a la cabeza el recuerdo de un maravilloso libro que es todo un canto a esos tiempos en que lo sencillo aún nos hacía felices.
Un canto a la vida en pequeñas comunidades,a las bondades de encender una chimenea,ir de caza o tomarse unas cervezas en el bar del pueblo.
El libro se titula Al sur del edén,y es obra del dramaturgo,director de cine,guionista,y quién sabe cuántas cosas más,David Mamet.



Desde su casa de madera en Vermont,nos habla,como un nuevo Thoreau,de todas estas pequeñas y cada vez menos cotidianas maravillas.
Del valor de lo tradicional.



Hay veces en que tenemos la necesidad de vivir experiencias similares a las que nos cuenta Mamet en su libro,necesidad de demostrarnos que estamos sólos ahí fuera,en medio de la Naturaleza,que no todo en la vida es cómodo y seguro.Necesidad de encender un fuego,de empaparnos en una nevada,de pasar frío.De pasear por un bosque un atardecer otoñal,viendo,por encima del hombro,cómo nuestro perro no nos pierde de vista.De sentir el peso de una buena manta,mientras escuchamos el lamento de la madera en la silenciosa oscuridad invernal.

Afortunadamente,en mi familia tenemos nuestro Vermont particular.
Perros,mantas y chimeneas.

3 comentarios:

  1. Thoreau. Camino todos los días una hora, casi siempre solo, y es cuando hago las fotos de Binéfar, el lugar en el que vivo. No me quedó más remedio que leer, hace unos seis años, a Thoreau muchas veces para, realmente, animarme a andar tuviera o no ganas. Donde tú vives es bonito, objetivamente mirado. Donde yo vivo es feo, aunque pueden hacerse fotos expresivas. En fin, como ya comienza el calor mañana iremos a andar, mi mujer y yo, a las siete de la mañana. Tenemos, aquí, un clima extremado, mucho calor en verano y mucho frío en invierno, aunque el motivo de este comentario era Thoreau, sus libros Caminar y Walden, los que más conozco y he leído.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Hablo de Thoreau porque en tu entrada sobre Mamet lo nombras de pasada.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Thoreau es fantástico. Cuando lo leo, me dan ganas de escaparme al monte durante unos cuantos días...La semana pasada, precisamente, me he comprado una edición muy bonita de su libro Musketaquid, que trata de un viaje por el rio, acompañado de su hermano. A ver cuándo tengo tiempo de leerlo...
    No estoy de acuerdo contigo en que donde yo vivo sea más bonito que donde vives tú. Todo paisaje tiene su propia belleza. Mis mejores paseos los he dado en Lanzarote, todo rocas y lavas.
    Es recomendable el libro de David Mamet del que hablo en la entrada. No es Thoreau, pero está muy bien.

    Un abrazo

    ResponderEliminar