Nunca estuve seguro
de si eras un abeto.
Da igual. Ahora estás muerto.
Muere también tu sombra,
inexistente casi,
espíritu sereno
de lo que fuiste un día,
que ahora se difumina,
se apaga,
bajo este sol poniente.
Y aquel rumor amable,
como un pinar de infancia,
que alargaba las tardes
de abril, también se ha ido,
callado, como el eco
de un ladrido perdido
en la noche vacía.
Tal vez en una foto,
cuando nadie te llore,
tu presencia ajada
acompañe el recuerdo
de los que ya no estemos.
Otro mordisco, uno más,
que le pega el silencio
a este invierno del alma.