Malherido, el sol de la tarde, tras el vendaval,
atraviesa la puerta de cristal y se posa,
cálido, sobre mis pies descalzos.
Es este un invierno extraño.
En una hora, mi hija se marcha para Madrid.
El viento comba los árboles del jardín,
y ya no quedan nubes que ver pasar,
a toda velocidad, por el cielo.
Ya no quedan nubes.
Como las nubes, se va el presente.
Y lo busco, y lo pierdo.
Sin darle tiempo a que sea pasado
ya es un recuerdo.
Ni una sola nube.
Cómo un cielo tan azul puede resultar tan frío...