Pasamos de vernos bajo un paraguas, todo grises, violetas y azules, recorriendo un bulevar parisino, a estar peleando contra el frio que buena parte del año invade esta vieja casona. Cosas del destino.
Aunque se me pueda criticar, reconozco que el cambio no me disgusta.
Uno, que a veces presume de lo contrario, es de natural sencillo, y acaba claudicando antes frente al deshilarse de la niebla cuando se enmaraña en un pinar, al silencio roto por el viento cuando encuentra un hayedo en su camino o al murmullo perezoso del castaño de suelos y techos acomodándose al cambio de temperatura, que frente a todo el indudable encanto de la îlle de France.
Quedarán pendientes otros paseos. Otros Père Lachaises, Montparnasses o Montmartres.
Entre tanto, nos centraremos en conseguir calor de la salamandra, mientras nos dejamos llevar, en brazos de Cunqueiro, Xuan Bello y Seifert, tan lejos como el fuego y el sillón nos permitan, dejando atrás las riberas del Sena, sin abandonar este querido rincón envuelto por el humo azul de las chimeneas y por la incipiente primavera que, aunque tenue, ya empieza a brillar.