Esta mañana
un mirlo en Alcalá,
sobre la acacia.
Apuntes y recuerdos de un diario inexistente
Para Miguel Mingotes, que se acuerda de esta bitácora.
Silencio de nieve, de asombro,
como el que se hace en el jardín
cuando el mirlo se vuelve canto.
Silencio de invierno, de tarde
olvidada, que no es soledad,
tampoco amargura o tristeza.
Si acaso el reflejo, en el agua
negra y quieta de la memoria,
de aquellas voces que callaron.
Todo tranquilo ahora, mientras
escribo. Las luces del árbol,
el Misterio, el tímido fuego
que arde en la vieja chimenea.
Un libro de poesía que habla
de ti, de mí, de cuanto fuimos.
La Navidad está callada,
es algo que noto últimamente.
Quizá nos estemos quedando
sólos, ella y yo, abandonados
en esta orilla de la vida,
donde cada vez somos menos.
El ladrido, lejos, de un perro.
Poco a poco se va la tarde,
perdiéndose en la densa niebla,
que se desgarra al engancharse
entre las ramas de los árboles.
Cierro la ventana y apago
la luz.
Por delante, el misterio.
“No hables del ruiseñor
cuando canta. Demasiado se ha dicho.
Piensa en él cuando calla,
cuando habita en el frío,
cuando ya nada tiene que decir,
cuando sólo es él mismo.”
José Cereijo, La luz pensativa. Ed. Pre-Textos
Nunca estuve seguro
de si eras un abeto.
Da igual. Ahora estás muerto.
Muere también tu sombra,
inexistente casi,
espíritu sereno
de lo que fuiste un día,
que ahora se difumina,
se apaga,
bajo este sol poniente.
Y aquel rumor amable,
como un pinar de infancia,
que alargaba las tardes
de abril, también se ha ido,
callado, como el eco
de un ladrido perdido
en la noche vacía.
Tal vez en una foto,
cuando nadie te llore,
tu presencia ajada
acompañe el recuerdo
de los que ya no estemos.
Otro mordisco, uno más,
que le pega el silencio
a este invierno del alma.
Con mi padre
“Es un pájaro carpintero, decía yo todo orgulloso.
No, es un arrendajo, decía mi padre.
Y esto, ¿es la aspérula?
No, decía él, la campánula.
Esa vez, estoy seguro,
Reconocí al turón.
No, decía él, es el hurón
El que acaba de salir de las retamas.
Así, mi padre me enseñaba
Las pocas cosas que sabía.
Pero es con estas pocas cosas
Con las que tuve una vida azul y rosa.
Y con las que, confiada, la fábula
Vino a sentarse a mi mesa.
Mi padre me puso en la cabeza
Una estrella y una alondra,
Pero es una estrella que canta,
Una alondra alucinante,
Y por eso me veis
Caminar sin fin en la claridad.”
Maurice Carême